POEMAS DE GUILLERMO VALENCIA



Guillermo Valencia Castillo nació el 20 de octubre de 1873 en Popayán, Colombia y falleció en la misma ciudad el 8 de julio de 1943. 


Político, diplomático y poeta, con influencia de Rubén Darío, con quien mantuvo una amistad personal, fue pionero del Modernismo en Colombia. 



Salomé y Joakannan

Con un aire maligno de mujer y serpiente,
cruza en rápidos giros Salomé la gitana
al compás de los crótalos. De su carne lozana
vuela equívoco aroma que satura el ambiente.

Danza todas las danzas que ha tejido el Oriente:
las que prenden hogueras en la sangre liviana
y a las plantas deshojan de la déspota humana
o la flor de la vida, o la flor de la mente.

Inyectados los ojos, con la faz amarilla,
el caduco Tetrarca se lanzó de su silla
tras la hermosa, gimiendo con febril arrebato:

"Por la miel de tus besos te daré Tiberiades,"
y ella dícele: "En cambio de tus muertas ciudades,
dame a ver la cabeza del Esenio en un plato."


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Como viento que cierra con raquítico arbusto,
en el viejo magnate la pasión se desata,
y al guiñar de los ojos, el esclavo que mata
apercibe el acero con su brazo robusto.

Y hubo grave silencio cuando el cuello del Justo,
suelto en cálido arroyo de fugaz escarlata,
ofrecieron a Antipas en el plato de plata
que él tendió a la sirena con medroso disgusto.

Una lumbre que viene de lejano infinito
da a las sienes del mártir y a su labio marchito
la blancura llorosa de cansado lucero.

Y -del mar de la muerte melancólica espuma-
la cabeza sin sangre del esenio se esfuma
en las nubes de mirra de sutil pebetero.


OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO

Leyendo a Silva

Vestía traje suelto de recamado biso
en voluptuosos pliegues de un color indeciso,
y en el diván tendida, de rojo terciopelo,
sus manos, como vivas parásitas de hielo,

sostenían un libro de corte fino y largo,
un libro de poemas delicioso y amargo.
De aquellos dedos pálidos la tibia yema blanda
rozaba tenuemente con el papel de Holanda

por cuyas blancas hojas vagaron los pinceles
de los más refinados discípulos de Apeles:
era un lindo manojo que en sus claros lucía
los sueños más audaces de la Crisografía:

sus cuerpos de serpiente dilatan las mayúsculas
que desde el ancho margen acechan las minúsculas,
o trazan por los bordes caminos plateados
los lentos caracoles, babosos y cansados.

Para el poema heroico se vía allí la espada
con un león por puño y contera labrada,
donde evocó las formas del ciclo legendario
con sus torres y grifos un pincel lapidario.

Allí la dama gótica de rectilínea cara
partida por las rejas de la viñeta rara;
allí las hadas tristes de la pasión excelsa:
la férvida Eloísa, la suspirada Elsa.

Allí los metros raros de musicales timbres:
ya móviles y largos como jugosos mimbres,
ya diáfanos, que visten la idea levemente
como las albas guijas un río trasparente.

Allí la vida llora y la muerte sonríe
y el tedio, como un ácido, corazones deslíe...
Allí, cual casto grupo de núbiles Citeres,
cruzaban en silencio figuras de mujeres

que vivieron sus vidas, invioladas y solas
como la espuma virgen que circunda las olas:
la rusa de ojos cálidos y de bruno cabello,
pasó con sus pinceles de marta y de camello,

la que robó al piano en las veladas frías
parejas voladoras de blancas armonías
que fueron por los vientos perdiéndose una a una
mientras, envuelta en sombras, se atristaba la luna...

Aquesa, el pie desnudo, gira como una sombra
que sin hacer ruido pisara por la alfombra
de un templo... y como el ave que ciega el astro diurno
con miradas nictálopes ilumina el Nocturno

do al fatigado beso de las vibrantes clines
un aire triste y vago preludian dos violines...
...............................................................................

La luna, como un nimbo de Dios, desde el Oriente
dibuja sobre el llano la forma evanescente
de un lánguido mancebo que el tardo paso guía
como buscando un alma, por la pampa vacía.

Busca a su hermana; un día la negra Segadora
-sobre la mies que el beso primaveral enflora-
abatiendo sus alas, sus alas de murciélago,
hirió a la virgen pálida sobre el dorado piélago,

que cayó como un trigo... Amiguitas llorosas
la vistieron de lirios, la ciñeron de rosas;
céfiro de las tumbas, un bardo israelita
le cantó cantos tristes de la raza maldita

a ella, que en su lecho de gasas y de blondas,
se asemejaba a Ofelia mecida por las ondas:
por ella va buscando su hermano entre las brumas,
de unas alitas rotas las desprendidas plumas,

y por ella... "Pasemos esta doliente hoja
que mi ser atormenta, que mi sueño acongoja,"
dijo entre sí la dama del recamado biso
en voluptuosos pliegues, de color indeciso,


y prosiguió del libro las hojas volteando,
que ensalza en áureas rimas de son calino y blando
los perfumes de oriente, los vívidos rubíes
y los joyeros mórbidos de sedas carmesíes.

Leyó versos que guardan como gastados ecos
de voces muertas; cantos a ramilletes secos
que hacen crujir, al tacto, cálices inodoros;
metros que reproducen los gemebundos coros

de las locas campanas que en el día de difuntos
despiertan con sus voces los muertos cejijuntos
lanzados en racimos entre las sepulturas
a beberse la sombra de sus noches oscuras...

...................................................................................

...Y en el diván tendida, de rojo terciopelo,
sus manos, como vivas parásitas de hielo,
doblaron lentamente la página postrera
que, en gris, mostraba un cuervo sobre una calavera...

y se quedó pensando, pensando en la amargura
que acendran muchas almas; pensando en la figura
del bardo, que en la calma de una noche sombría,
puso fin al poema de su melancolía:

exangüe como un mármol de la dorada Atenas,
herido como un púgil de itálicas arenas,
unión la faz de un Numen dulcemente atediado
a la ideal belleza del estigmatizado!...

Ambicionar las túnicas que modelaba Grecia,
y los desnudos senos de la gentil Lutecia;
pedir en copas de ónix el ático nepentes;
querer ceñir en lauros las pensativas frentes;

ansiar para los triunfos el hacha de un Arminio;
buscar para los goces el oro del triclinio;
amando los detalles, odiar el universo;
sacrificar un mundo para pulir un verso;

querer remos de águila y garras de leones
con qué domar los vientos y herir los corazones;
para gustar lo exótico que el ánimo idolatra
esconder entre flores el áspid de Cleopatra;

seguir los ideales en pos de Don Quijote
que en el azul divaga de su rocín al trote;
esperar en la noche las trémulas escalas
que arrebaten ligeras a las etéreas salas;

oír los mudos ecos que pueblan los santuarios,
amar las hostias blancas; amar los incensarios
(poetas que diluyen en el espacio inmenso
sus ritmos perfumados de vagaroso incienso);

sentir en el espíritu brisas primaverales
ante los viejos monjes y los rojos misales;
tener la frente en llamas y los pies entre lodo;
querer sentirlo, verlo y adivinarlo todo:

eso fuiste, ¡oh poeta! Los labios de tu herida
blasfeman de los hombres, blasfeman de la vida,
modulan el gemido de las desesperanzas,
¡oh místico sediento que en el raudal te lanzas!

..................................................................................

¡Oh Señor Jesucristo! por tu herida del pecho
¡perdónalo! ¡perdónalo! desciénde hasta su lecho
de piedra a despertarlo! Con tus manos divinas
enjuga de su sangre las ondas purpurinas...

Pensó mucho: sus páginas suelen robar la calma;
sintió mucho: sus versos saben partir el alma;
¡amó mucho! circulan ráfagas de misterio
entre los negros pinos del blanco cementerio...

.....................................................................................

No manchará su lápida epitafio doliente:
tallad un verso en ella, pagano y decadente,
digno del fresco Adonis en muerte de Afrodita:
un verso como el hálito de una rosa marchita,

que llore su caída, que cante su belleza,
que cifre sus ensueños, ¡que diga su tristeza!...

..................................................................................
¡Amor! dice la dama del recamado biso
en voluptuosos pliegues de color indeciso;
¡Dolor! dijo el poeta: los labios de su herida
blasfeman de los hombres, blasfeman de la vida,

modulan el gemido de la desesperanza;
fue el místico sediento que en el raudal se lanza;
su muerte fue la muerte de una lánguida anémona,
se evaporó su vida como la de Desdémona;

ebrio del vino amargo con que el dolor embriaga
y a los fulgores trémulos de un cirio que se apaga...
¡Así rindió su aliento, bajo un sitial de seda,
el último nacido del viejo Cisne y Leda!...


OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO


Hay un instante...

Hay un instante del crepúsculo
en que las cosas brillan más,
fugaz momento palpitante
de una morosa intensidad.

Se aterciopelan los ramajes,
pulen las torres su perfil,
burila un ave su silueta
sobre el plafondo de zafir.

Muda la tarde, se concentra
para el olvido de la luz,
y la penetra un don suave
de melancólica quietud,

como si el orbe recogiese
todo su bien y su beldad,
toda su fe, toda su gracia
contra la sombra que vendrá...

Mi ser florece en esa hora
de misterioso florecer;
llevo un crepúsculo en el alma,
de ensoñadora placidez;

en él revientan los renuevos
de la ilusión primaveral,
y en él me embriago con aromas
de algún jardín que hay ¡más allá!...

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