POEMAS DE CARLOS PUJOL


Carlos Pujol Jamandreu nació en Barcelona en 1936 y falleció en esta misma ciudad  en 2012. Poeta, profesor, traductor, editor y novelista.







Los esbeltos fantasmas de la lluvia...

Los esbeltos fantasmas de la lluvia
van y vienen en gris, y se saludan
ceremoniosos por entre el hayedo.
Todos viven en casas con buhardillas
y jardines que alfombra la hojarasca,
son de frío y nostalgia de otros climas
donde la luz es esplendor del aire
y puede herir lo mismo que un cuchillo.
Pero Suabia es su reino,
su verde paraíso, sombras fieles
al parque, las callejas,
las vírgenes barrocas,
noviembre, el alto cielo
del color de sus almas,
y su ambiguo vagar entre nosotros.



               *   *   *   *   *   *   *

Una luz de cordura...

Una luz de cordura
explica misteriosa años y enigmas
que no se dejan explicar, sucede
como en un buen poema, que en el fondo
solamente ilumina lo sabido
con humildes palabras
a las que se abandona la memoria.
El oro de la tarde se oscurece,
regresamos perdidos a la noche.


          *   *   *   *   *

De noche en los espejos...

De noche en los espejos
hay como cataclismos de tiniebla,
se desmorona lodo lo soñado
cuando apenas acaba de nacer.
Y salimos al alba
como ciegos que ven por vez primera.
Amanece sin prisa,
aún queda mucho tiempo por delante:
entre dos luces pueden verse aún
jirones de las sombras que llevamos.


             *   *   *   *   *   *   *

Después de muchos años...

Después de muchos años
de tanta agitación,
querer y no querer,
la soledad de las palabras deja
como un frío de invierno.
Con esta compañía
mido mis lentos pasos por las calles
que siempre van a dar a la muralla.


          *   *   *   *   *   *

Conversar con los árboles...

Conversar con los árboles
termina siendo una necesidad
para saber un poco más del hombre.
Cuando murmuran sus palabras rotas
deshechas en el viento,
aunque su lengua vegetal encierre
más secreto que comunicación,
hay que prestar oídos.
Y hablarles quedamente en español,
en el parque cuando la luz se va
con la sobria elegancia
de un lento y desdeñoso atardecer.


           *   *   *   *   *   *

Casi se ve cómo madura el día...

Casi se ve cómo madura el día
y la piedra se dora igual que el pan,
paseando se intuye
el punto de sazón que logra el tiempo.
Suenan como gozosos
conjuros las palabras
que no podemos entender, el frío
es un buen compañero de modales
algo ásperos tal vez.
Éste es un universo en miniatura
con fruteros, floristas v tahonas,
amarillo de sol,
que es el último toque
que la plaza esperaba ansiosamente
para su plenitud.
Como si se cumpliese una promesa
que al fin nos hace ser tal como somos.


           *   *   *   *   *   *   *

Para nombrar el mundo...

Para nombrar el mundo,
que es claro y misterioso como el agua,
busco nuevas canciones que resuenen
como un campanilleo en la memoria.
Y el tiempo vuelve atrás, como si nunca
se le hubiera ocurrido abandonarnos,
y por unos instantes la alegría
parece sernos fiel
y quedarse esta vez va para siempre.


              *   *   *   *   *   *

 Volveremos a ver...

Volveremos a ver
el paisaje de cobre
y los musgos que forman archipiélagos
en un mar de tejados.
A Roldán, bello y grave,
señor de desmesuras,
gótico el corazón, como de hierro,
con voz de piedra antigua;
severo, melancólico y de miel,
apoyado en su espada,
a su manera dice:
El tiempo nos da fuerza, como al vino.


          *   *   *   *   *   *

No te voy a contar...

 No te voy a contar 
nada nuevo: vivimos 
en una casa demasiado llena. 
Con muebles, versos, chismes,
perifollos y plantas de interior,
palabras que no quieren decir nada
y soberbias locuras
para pasar el rato.
Es lo que llaman calidad de vida.
El día en que nos llames estaremos
doblemente desnudos,
echando en falta en medio de la luz
el engaño a los ojos de las cosas.

             
                *   *   *   *   *

Es como repetir el estribillo...

Es como repetir el estribillo
de una vieja canción tarareada
por la calle al andar;
con la cabeza a pájaros,
y sin saber que indicios prodigiosos
caben en la rutina,
como el amor, que a fuerza de esperarse
llega un día por fin.


      *   *   *   *   *   *

¿Sólo hay que bendecir en la riqueza,
con la blanda, orgullosa sensación
de que Tú más que dar estás pagando?
El vivir nos ahorma en esos ritos
que son como blasfemias inocentes;
aceptando que vidas y quimeras,
todo lo que se tiene, hasta los ecos
de uno mismo -señales de quien soy-,
el gesto puro y libre de adorarte,
fuera algo necesario para ti,
y que echases de menos el tributo
exiguo y servicial del que te da
una parte del todo que le diste.
¿Quién necesita a quién? Aunque el amor
siempre es necesidad, ¿para ti no?
Cualquier trato contigo es desmesura,
nos confunde tu exceso, no nos cabes
en una semejanza aproximada.
Estas lejos y cerca, diferente,
¿por qué no puedes ser como nosotros?


                                  *   *   *   *   *   *   *

 Soneto

 Las historias de todos y la historia
de uno mismo algún día tendrán fin,
porque siempre aquí guerra y después gloria,
a cada cual su fiesta en el jardín.

Más allá de palabras nunca dichas,
de signos invisibles de estupor,
más allá del rigor de las desdichas
y de tanto maldito pormenor,

volveremos a vernos, admirados,
en un raro momento de sorpresa
al comprobar entonces quién es quién;

casi irreconocibles, extrañados,
cuando se cumpla la mayor promesa.
Como dos ciegos que por fin se ven.


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