POEMAS DE JOSÉ EMILIO PACHECO


José Emilio Pacheco nació el 30 de junio de 1939 en Ciudad de México y falleció en esta misma ciudad el 26 de enero de 2014. Poeta, narrador, periodista, traductor y dramaturgo. Miembro de la Generación de los Cincuenta o Medio Siglo. Galardonado con muchos premios literarios, entre ellos, el Premio Cervantes en 2009 y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, también en 2009.




Presencia

¿Qué va a quedar de mí cuando me muera
sino esta llave ilesa de agonía,
estas pocas palabras con que el día,
dejó cenizas de su sombra fiera?

¿Qué va a quedar de mí cuando me hiera
esa daga final? Acaso mía
será la noche fúnebre y vacía
que vuelva a ser de pronto primavera.

No quedará el trabajo, ni la pena
de creer y de amar. El tiempo abierto,
semejante a los mares y al desierto,

ha de borrar de la confusa arena
todo lo que me salva o encadena.
Más si alguien vive yo estaré despierto.



                *  *  *  *  *  *  *


Indeseable


No me deja pasar el guardia.
He traspasado el límite de edad.
Provengo de un país que ya no existe.
Mis papeles no están en orden.
Me falta un sello.
Necesito otra firma.
No hablo el idioma.
No tengo cuenta en el banco.
Reprobé el examen de admisión.
Cancelaron mi puesto en la gran fábrica.
Me desemplearon hoy y para siempre.
Carezco por completo de influencias.
Llevo aquí en este mundo largo tiempo.
Y nuestros amos dicen que ya es hora
de callarme y hundirme en la basura.

          *  *  *  *  *  *  *  *


El reposo del fuego
                                      

Pero el agua recorre los cristales
musgosamente :
ignora que se altera,
lejos del sueño, todo lo existente.

Y el reposo del fuego es tomar forma
con su pleno poder de transformarse.
fuego del aire y soledad del fuego.
al incendiar el aire que es de fuego.
Fuego es el mundo que se extingue y prende
para durar (fue siempre) eternamente.

Las cosas hoy dispersas se reúnen
y las que están más próximas se alejan:

Soy y no soy aquel que te ha esperado
en el parque desierto una mañana
junto al río irrepetible en donde entraba
(y no lo hará jamás, nunca dos veces)
la luz de octubre rota en la espesura.

Y fue el olor del mar: una paloma,
como un arco de sal,
ardió en el aire.

No estabas, no estarás
pero el oleaje
de una espuma remota confluía
sobre mis actos y entre mis palabras
(únicas nunca ajenas, nunca mías):
El mar que es agua pura ante los peces
jamás ha de saciar la sed humana.

             *  *  *  *  *  *  *  * 

Tarde o temprano 
I
No tenemos raíces en la tierra.
No estaremos en ella para siempre:
       sólo un instante breve.


También se quiebra el jade
       y rompe el oro
y hasta el plumaje de quetzal se desgarra.



No tendremos la vida para siempre:
       sólo un instante breve.



II
En el libro del mundo Dios escribe
con flores a los hombres
       y con cantos
les da luz y tinieblas.



Después los va borrando:
       guerreros, príncipes,
con tinta negra los revierte a la sombra



       No somos reyes:
somos figuras en un libro de estampas.

III
Dios no fincó su hogar en parte alguna.
Solo, en el fondo de su cielo hueco,
está Dios inventando la palabra.


¿Alguien lo vio en la tierra?



       Aquí se hastía,
no es amigo de nadie.



Todos llegamos al lugar del misterio.

IV
De cuatro en cuatro nos iremos muriendo
       aquí sobre la tierra.


Somos como pinturas que se borran,
       flores secas, plumajes apagados.



Ahora entiendo este misterio, este enigma:
el poder y la gloria no son nada:
con el jade y el oro bajaremos
       al lugar de los muertos.



De lo que ven mis ojos desde el trono
no quedará ni el polvo en esta tierra.


             *  *  *  *  *  *  *  *

Fin de siglo

«La sangre derramada clama venganza».
Y la venganza no puede engendrar
sino más sangre derramada
           ¿Quién soy:
el guarda de mi hermano o aquel
           a quien adiestraron
para aceptar la muerte de los demás,
           no la propia muerte?
¿A nombre de qué puedo condenar a muerte
a otros por lo que son o piensan?
Pero ¿cómo dejar impunes
la tortura o el genocidio o el matar de hambre?
            No quiero nada para mí:
            sólo anhelo
            lo posible imposible:
            un mundo sin víctimas.

Cómo lograrlo no está en mi poder;
escapa a mi pequeñez, a mi pobre intento
de vaciar el mar de sangre que es nuestro siglo
con el cuenco trémulo de la mano
Mientras escribo llega el crepúsculo
cerca de mí los gritos que no han cesado
            no me dejan cerrar los ojos

                *  *  *  *  *  *  *  *  *  *

Caverna

Es verdad que los muertos tampoco duran
Ni siquiera la muerte permanece
Todo vuelve a ser polvo

Pero la cueva preservó su entierro

Aquí están alineados
cada uno con su ofrenda
los huesos dueños de una historia secreta

Aquí sabemos a qué sabe la muerte
Aquí sabemos lo que sabe la muerte
La piedra le dio vida a esta muerte
La piedra se hizo lava de muerte

Todo está muerto
En esta cueva ni siquiera vive la muerte.

                  *  *  *  *  *  *  *  *

El mar sigue adelante

Entre tanto guijarro de la orilla 
no sabe el mar 
en dónde deshacerse

¿Cuándo terminará su infernidad
que lo ciñe
a la tierra enemiga
como instrumento de tortura
y no lo deja agonizar
no le otorga un minuto de reposo?

Tigre entre la olarasca
de su absoluta impermanencia
Las vueltas
jamás serán iguales
La prisión
es siempre idéntica a sí misma

Y cada ola quisiera ser la última
quedarse congelada
en la boca de sal y arena
que mudamente
le está diciendo siempre:
Adelante
                    *  *  *  *  *  *  *  *

Alta traición


No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
     es inasible.
Pero (aunque suene mal)
     daría la vida
por diez lugares suyos,
     cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
     fortalezas,
una ciudad deshecha,
     gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
     montañas
-y tres o cuatro ríos.

        *  *  *  *  *  *  *  *

El silencio  


La silenciosa noche. Aquí en el bosque

no distingo rumores, no, de ninguna especie.

Los gusanos trabajan.

Los pájaros de presa hacen lo suyo

(seguramente).

Pero no escucho nada.

Sólo el silencio que da miedo. Tan raro,

tan raro, tan escaso se ha vuelto en est
e mundo 

que ya nadie se acuerda como suena,

ya nadie quiere

estar consigo mismo un instante.

Mañana

dejaremos de nuevo la verdadera vida para

mañana.

No asco de ser ni pesadumbre de estar vivo:

extrañeza de hallarse aquí y ahora en esta h

ora tan muda.

Silencio en este bosque, en esta casa

a la mitad del bosque.

¿Se habrá acabado el mundo?



            *  *  *  *  *  *  *  *  *


La Diosa Blanca


Porque sabe cuánto la quiero y cómo hablo de ella en su ausencia,

la nieve vino a despedirme
.
Pintó de Brueghel los árboles
.
Hizo dibujo de Hosukai el campo sombrío.

Imposible dar gusto a todos.

La nieve que para mí es la diosa, la novia,

Astarté, Diana, la eterna muchacha
,
para otros es la enemiga, la bruja, la condenable a la
 hoguera
.
Estorba sus labores y sus ganancias
.
La odian por verla tanto y haber crecido con ella.

La relacionan con el sudario y la muerte.

A mis ojos en cambio es la joven vida, la Diosa Blanca

que abre los brazos y nos envuelve por un segundo y se 
marcha
.
Le digo adiós, hasta luego, espero volver a verte algún día.

Adiós, espuma del aire, isla que dura un instante.








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