POEMAS DE JOSÉ DE DIEGO


José de Diego Martínez nació el 16 de abril de 1866 en  Aguadilla, Puerto Rico y falleció el 16 de julio de 1918 en Nueva York. Poeta, ensayista y periodista, además de abogado y político. Defensor de la independencia de Puerto Rico y del idioma español, como poeta fue muy prolífico y precursor del Modernismo. Aquí ofrecemos una selección de sonetos suyos.




La borinqueña

¿Qué alma, llorando su infeliz destino
dentro del himno popular se agita,
al ascender la música infinita
en el fondo del aire cristalino?

Vibra en la flauta el prolongado trino,
la tempestad en el tambor palpita,
gime el violín, el clarinete grita
y solloza profundo el bombardino...

Es el acento múltiple, anhelante,
de la perdida caravana errante
que del nativo hogar la suerte implora...

¡Es el alma de un pueblo sin enseña!
¡Es la dulce, la triste "Borinqueña",
madre ideal que por sus hijos llora!

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De mi vida

Prendido lo vi cuando estaba el carpintero
el nido trabajando con su agudo puñal
y era un ronco y constante picotear de acero
en el tronco astillante de la palma real.

Mecientes de las auras el soplo matinal
o en tierra ya las fibras del profundo agujero,
se las iba llevando en ci pico un jilguero
que en la copa tejiera su pequeño nidal.

Mi vida es como el árbol erguido y altanero;
devora sus entrañas un feroz carpintero,
alegra su ramaje un lírico jilguero.

Es el árbol del bien y es el árbol del mal;
el dolor sus reliquias ofrece al ideal
y resuena en la cumbre el cántico triunfal.




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Pájaro verde

Había en España un convento rural,
donde un fraile estuvo, en éxtasis santo,
diez años oyendo la gloria del canto
de un ave escondida en un robledal.

Desde que en mis ojos brotó el primer llanto
y en mi alma de niño el primer ideal,
palpita en mi ambiente, me llama a su encanto,
de un ave invisible la onda musical.

Pájaro de ensueño, pájaro divino,
escucho a la vera, por todo el camino
fluir con su timbre diamantino el trino...

Nunca te mostraste, pero te adivino
¡y sé que a la muerte conduce tu canto inmortal!'



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El ojo de agua

Con los rumores de su eterno coro,
brota la fuente de la peña dura ...
¡el "Ojo de Agua" que, en su cuenca oscura,
de un cíclope en prisión derrama el lloro!

en tanto salta el surtidor sonoro
por la ancha verja, que el recinto mura,
tiembla en el fondo de la linfa pura
el pez de rosa con estrellas de oro.

En el misterio y en la sombra oriundo,
¿de qué hondo abismo o ignorada
orlilla surge a la luz el manantial profundo?

¡Raro prodigio! ¡Culta maravilla!
El pan de Dios lo tiene todo el mundo...
¡pero, el agua de Dios sólo Aguadilla!



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El canto de las piedras

Hay un sitio en las costas de Aguadilla
al pie de una montaña de granito
y a poco trecho del lugar bendito
en que duermen los muertos de la Villa

un sitio entre las rocas, do se humilla
la onda que bate al duro monolito,
y es perenne el rumor y eterno el grito
que se oye en toda la escarpada orilla.

Cuando, al sordo fragor del oleaje,
allí las tempestades se quebrantan,
vibra más fuerte el cántico salvaje:

el himno de las piedras, que levanta
las que su nombre dieron al paraje...
¡porque en mi pueblo, hasta las piedras cantan!



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Tu nombre 

Dulce es tu nombre en nuestro dulce idioma;
suena en las preces del fervor cristiano,
y es verso en el lenguaje soberano
con que aun nos habla en su sepulcro Roma.

De un pie latino la cadencia toma
cuando vibra en el ritmo castellano
cual breve arrullo de cantar lejano
o eco de amor con alas de paloma.

Dos silabas; un beso; algo muy triste
para el que te ha perdido; la elegía
del sueño muerto, que en la muerte existe.

Carmen el mundo te llamó algún día;
pero después de lo que a ml me hiciste...
¿Cómo te llamaremos, alma mía?.



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En la cumbre

Estoy en pie en la cumbre: absorta queda,
fija en el precipicio la mirada...
¡Qué años negros ofrece esta jornada,
a los treinta malditos de Espronceda!

Cuando este día ante la noche ceda,
¿quién disipa las sombras de la nada?
¡La fe quizá, que anuncia otra alborada,
como el pájaro oculto en la arboleda!

Mas ¿quién baja sin miedo al mundo arcano?
¿Quién no teme al abismo, en la caída,
buscando al sol entre la noche bruna?...

¡Ah, si posible fuera al ser humano
volver, desde la cumbre de la vida,
a morir niño en su inocente cuna!


II

¡Si hubiera sido así! ¡Cuán bello fuera
volver al seno, que el infante adora!
¡El véspero fundirse con la aurora,
la última aurora con la luz primera!

Tornar el tiempo en su veloz carrera,
desvanecerse el alma creadora,
y al centro, en que la vida se elabora,
irse plegando la girante esfera.

Al infinito espacio misterioso,
donde las leyes del silencio rigen,
llegar con el postrero el primer día.

Y caer lo absoluto en el reposo,
el Universo en su divino origen,
Dios en su propia eternidad sombría...


III

Estoy en pie en la cumbre: atrás, el llano;
debajo, la honda vertical pendiente;
arriba, está la bóveda esplendente
donde se interna el ideal humano.

Firme la planta, rígida la mano,
hay que bajar por la áspera vertiente,
al suelo vuelta la humillada frente
y puesto en Dios el corazón cristiano.

Cuando el cuerpo en la tierra se derrumba
sube el alma en la atmósfera serena...
Puede venir la muerte no temida.

¡Yo sé que está la fe, tras de la tumba,
y en plena luz, tras de la sombra plena,
la eterna fuente de la eterna vida!


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Ya viene

La desterrada vuelve, porque anhelan
dar música solemne a sus oídos
las tórtolas que vuelen de sus nidos
y las ideas que del alma vuelan.

Las muchedumbres fieras se revelan,
despiertan a su voz los oprimidos,
¡y vencerán indómitos y unidos
y los traerán los que por ella velan!

Con besos de oro y con fugaz sonrisa,
que viera tras de sí la llamarada,
la aurora de otro Siglo nos avisa:

la mar está gimiendo alborotada...
¡Libertad de mi alma!... ¡más aprisa!...
¡cuánto tarda en morir la madrugada!

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