POEMAS DE FERNANDO PAZ CASTILLO


Fernando Paz Castillo, nació en Caracas el día 11 de abril de 1893 y falleció  el 30 de julio de 1981 en la misma ciudad. Poeta, diplomático  y crítico literario, fue miembro de la Academia Venezolana de la Lengua. Aquí se publica una selección de sus hermosos poemas.


Cuando mi hora sea llegada

Yo que he visto
tanto dolor
y odio
del hombre contra el hombre,
por ideas profundas
o por simples palabras.

Yo que he visto los cuerpos
en las sombras
acechando las sombras de otros cuerpos
para matar el sueño.

Yo que he visto los rostros retorcidos,
sin que la muerte dulce
borre el odio en los ojos,
en los puños cerrados
y en los dientes fríos.

Yo te pido, Señor!
Dios armonioso
del perdón fecundo,
que cuando mi hora sea llegada
no haya rencor en mi alma.

Y que la muerte suave
ponga en mis ojos la apacible luz
de un manso atardecer
entre violetas:

Y que una espiga de oro,
bajo el azul del cielo,
marque el silencio de la hora excelsa,
lenta y santamente,
y no haya nada brusco
en torno mío
-odio ni temor-
cuando mi hora sea llegada.



                     *  *  *  *  *  *


¡El espíritu libre!...

¡El espíritu libre!
honda zozobra,
quemadura de llama en agonía,
nostalgia del vivir inteligente
asomado a la orilla de la muerte.

Angustia cuotidiana de alentar entre rosas
o pavor de una noche sin luceros
frente al todo infinito y desolado.

Hallazgo de no morir un día,
sino seguir viviendo
de lo que ya vivido está en la sangre,
entre secretos surcos dilatados,
entre hierbas de noche oscura
y rosas húmedas
desde la tierra o nube del origen.

Naufragio de lo propio
y de lo ajeno
con el nacer;
morir anticipado
morir sin morir del todo,
porque, semilla de divina esencia
vivirá siempre en formas increadas
para consuelo de los otros seres.


          *  *  *  *  *  *  *  *

El espíritu es trágico...

El espíritu es trágico
pero el cuerpo es bello
y solemne
bajo el hilo de plata del silencio
que oculta entre cenizas las palabras,
las palabras
que duelen y se alejan
como el pensamiento, y como el ala
graciosa,
fúlgida tierra que al volar se queda
entre el aire y la luz,
signo del pie divino y de su fuga
que delata a su paso la belleza,
la eterna aspiración de la belleza,
entre el rencor del hombre
y la conciencia audaz,
desveladora
que, sin asirla del todo,
vive de ella esclava.

Esclavitud sublime que lo salva
de aquella lenta ducha dolorosa
del ser primero,
de aquella triste angustia desolada
del hombre sin pasado;
de aquella amarga realidad viviente,
del hombre, sólo hombre:
triste vivir del alma sin amor,
perfección del creador y de lo creado.

                 *  *  *  *  *  *

El muro

                Beauty is truth, truth beauty, that is all
              Ye know on earth, and all ye need to know
                                                               John Keats


I
Un muro en la tarde,
y en la hora
una línea blanca, indefinida
sobre el campo verde
y bajo el cielo.

II
Un pájaro -en hoja y viento-
ha puesto su canción más bella
sobre el muro.
III
Enlutado de su propia existencia
-detenida entre su breve sombra
y su destino-
un zamuro, bello por la distancia y por el vuelo,
infunde angustia en el alma profeta:
una fría angustia, cuando
certero, como vencida flecha
-oscura flecha que aún conserva su impulso inicial-
cae tras el muro.

IV
La vida es una constante
y hermosa destrucción:
vivir es hacer daño.

V
Pero el muro,
el silencioso y blanco muro
parece que nos dice:
«hasta aquí llegan tus ojos,
menos agudos que tu instinto.

Yo separo tu vida de otras vidas
pequeñas; pero grandes cuando el ocaso,
el oro insinuante del ocaso llega».

VI
Acaso tras el muro,
tan alto al deseo como pequeño a la esperanza,
no exista más que lo ya visto en el camino
junto a la vida y la muerte,
la tregua y el dolor
y la sombra de Dios indiferente.

VII
Dios -muro frente a recuerdos y visiones-
está solo, íntimamente solo
en nuestros ojos
y en el menudo nombre
que lo ata a las cosas;
a la seda del canto del canario
fraterno
y a la noche que vuela en el zamuro:
fúnebre, pulido estuche de cosas ayer bellas
o tristes
que habrán de serlo nuevamente
del lado acá del muro,
con el temor reciente de volver al origen.

VIII
¿Morir?...
Pero si nada hay más bello en su hora
-frente al muro-
que los serenos ojos de los moribundos,
anegados por su propio silencio;
perdido ya, por entre frescas espigas encontradas,
el temor de morir,
y de haber vivido, como hombre, entre hombres,
que apenas -oscurecidos en su existir-
los comprendieron.

IX
Entonces el muro
parece allanarse entre el olvidado rencor
y la esperanza:
Es súbito camino, no límite de sombra y canto,
ante un nuevo Dios que nos aguarda
-que nos aguarda siempre-
y no conoceremos
a pesar de que marcha en nuestras huellas;
que nos llega de lejos,
del lado de la luz,
y que vamos dejando en el camino,
como algo, que no es tierra,
atado, sin embargo, a nuestros pies.

X
El muro en la tarde,
entre la hierba, el canto y el fúnebre vuelo:
presencia del dolor de vivir
y no morir;
consuelo de volver, en tierra y oro,
con la inquietud de haber sido;
polvo y oro que regresa eternamente,
como la muerte cotidiana,
bajo el granado trigal de la noche insomne,
rumorosa de viento alto
y de luceros.

El sediento corazón siente leticia:
el corazón y las queridas, tímidas palabras
huelen, como el muro en la tarde,
a cielo y tierra confundidos,
cuando el morir es cosa nuestra
y, como nuestro, lo queremos.
Lo queremos pudorosos,
en silencio, sin violencias,
mientras los otros temen -aún distantes-
la sensitiva soledad naciente
para el hombre, no humano, y su destino
confuso.

XI
Porque no hay muerte sino vida
del lado allá del canto, del lado allá del vuelo,
del lado allá del tiempo.

XII
Vaga intuición de perdurar
frente a la muerte ambicionada
y oscura...
Porque la muerte, imagen de nosotros
y criatura nuestra,
es distinta a la no vida
que jamás ha existido.
Ya que el verbo de Dios, que todo lo ha dispuesto
en la conciencia del hombre, no pudo crear la muerte
sin morir El y su callada nostalgia
de pensar y sufrir humanas formas.

XIII
El muro de la tarde -atardecido en nuestra tarde-,
apenas una línea blanca junto al campo
y junto al cielo.
Misteriosa cruz que sólo muestra
su brazo horizontal.
Unida, por la oscura raíz,
a la tierra misma de su origen confuso;
y al cielo de la fuga
por el canto y el ala:
la noche impasible del zamuro
y el camino de oro del canario
hacia el ocaso.

XIV
¡EI muro!
Cuánto siento y me pesa su silencio
-en mi tarde-
en la tarde del musgo
y la oración
y el regreso.

XV
Sólo sé que hay un muro,
bello en su calada soledad de cielo y tiempo:
y todo, junto a él, es un milagro.

XVI
Sólo temo en la tarde -en mi tarde- de oro
por el sol que agoniza; y por algo, que no es sol,
que también agoniza en mi conciencia,
desamparada a veces
¡y a veces confundida de sorpresas!
Sólo temo haber visto algo:
¡lo mismo!
el campo, el césped;
la misma rosa sensual que recuerda unos labios
y el mismo lirio exangüe
que vigila la muerte.

XVII
Y sólo siento frente a Dios y su Destino,
haber pasado alguna vez el muro
y su callada espesa sombra,
del lado allá del tiempo.


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